Hay varias formas de no estar contento que, pasando por encima de todos los estudios de psiquiatría habidos y por haber (porque sí, porque esto no lo lee nadie y escribo lo que me da la gana), simplificaré en dos casos canónicos:
- el que sabe lo que quiere
- el que no sabe lo que quiere
¿Cómo puede ser feliz este sujeto? (llamémosle A). La televisión y los libros de autoayuda que tanto gustan en las empresas recomendarían sin lugar a dudas hacer un poco de trampas, rebajar la meta para que así sea asequible, y lograr un rellano de felicidad.
¡Mal!
La altura de la meta es la que marca la felicidad conseguida. Me explico. Mi meta es quedar primero en todas las carreras de motos. No lo consigo, llego siempre por detrás del décimo. Solución monje-que-se-vendió-su-ferrari: que tu meta sea llegar octavo. ¿Cómo voy a ser igual de feliz que llegando primero?
Creo que la solución de A pasa por admitir que ese es el nivel máximo de felicidad al que podrá llegar jamás. Su meta debe seguir siendo llegar el primero; quien sabe si algún día lo conseguirá. Pero debe tener muy claro que ni tan siquiera llegando primero va a ser feliz; para aquél entonces ya se habrá marcado otra nueva meta que resultará inalcanzable. Está en su naturaleza idealista. Si reconoce que ha tocado techo felicista, si consigue desmentir el mito de que existe algo mejor, dejará de preocuparse sobre su propia infelicidad. El astuto lector habrá notado que eso va bastante en contra de todas aquellas religiones y doctrinas que prometen el oro y el moro después de muertos. Bienvenidos al ateísmo.
El que no sabe lo que quiere es un inconformista, en el sentido más literal posible del término; un culo de mal asiento, por usar un registro más vulgar. La solución de libro de texto pedirá a este personaje (al que llamaremos B por alfabetismo) que prolongue la duración de sus metas, de sus trabajos, de sus relaciones de pareja. Y ahí es donde nuevamente me erijo frente a generaciones de estudiosos de la materia para discrepar, para pedirle a B que también asuma su naturaleza cambiante, inestable, mobile, por referenciar a Rigoletto. En el caso de B, no es su situación actual lo que le disatisface, sinó sus metas, ora demasiado simples, ora demasiado complejas.
Cada uno tiene su forma de no estar contento. Y, sin necesidad de Coveys, puede estar contento con ello.
No tengo claro que este tal "nadie" no lea tu blog, pero en cualquier caso, seguro que es porque no tiene el enlace.
ReplyDeleteEn cualquier caso, los que si lo seguimos, (el resto del mundo, yo, y mis otras personalidades), puede que tengamos algo que comentar.
Se nota cierto recelo, con razón, de los libros de autoayuda o para emprendedores... pero hay que verlos desde un punto más crítico. Ten en cuenta que son como los "charlatanes televisivos", que dicen exactamente lo que quiere escuchar el oyente. Es muy fácil ser vitoreado en un mitin político, porque la gente que te escucha te idolatra.
Es fácil creerse lo que dicen los coveys, porque hemos comprado ese libro con la intención de que nos ayude y de que es verdad. (Poca gente lee estos libros de forma crítica para sacarles los fallos, vaya).
Pero en cualquier caso, me parece demasiado simplista la división de "los que saben lo que quieren" y "los que no lo saben". Personalmente me gusta pensar que mi vida va viajando continuamente entre esos dos estados, en función de cuanto más conozco y más observo.
Un tipo que hablaba de esto, no en plan "covey" sino en plan más "psicólogo" era Jorge Bucay, con un relato llamado "El buscador". Prefiero pensar que la felicidad está en la búsqueda, en el camino, más que en el destino final.
No soy feliz por llegar a tener dinero para comprarme una gran mansión. Seré feliz por todo el proceso que he pasado para llegar hasta ahi.