Cuando Antena 3 TV estrenó el programa Cambio Radical, que vi parcialmente en su primera entrega, ya estuve tentado de escribir un post al respecto, aunque reconozco que Sergio Gago se me adelantó.
El programa consiste en someter a operaciones de cirugía estética a los participantes que han mostrado su interés por dicho programa, y que han sido seleccionados de entre todos los candidatos.
El primer programa, que no pude ver en su totalidad, ya me pareció una auténtica aberración. En ese programa se hacía el seguimiento a dos mujeres que, según ellas, no eran guapas, que estaban descontentas con sus vidas y necesitaban un cambio de imagen.
Cuando alguien decide que debe cambiar su imagen mediante este tipo de intervenciones, se supone que tiene motivos de peso que justifiquen un cambio -y, por qué no decirlo, también riesgo- de esa magnitud. Me sorprendió muchísimo que ambas mujeres justificaban su voluntad de cambio porque creían que su aspecto previo a la operación era un obstáculo para las relaciones con sus respectivas parejas.
Es curioso, porque hubiera llegado a entender la situación de las participantes si no hubieran tenido pareja y su justificación hubiera sido que la única opción para conseguirla era someterse a una operación quirúrgica, dado el nivel de materialismo y desfachatez del público masculino. Naturalmente es una justificación con la que tampoco habría estado de acuerdo, pero supongo que tendría parte de razón.
Lo que me sorprende es que a ambas mujeres les asuste la relación con sus parejas por temas puramente estéticos. Me hace pensar en relaciones completamente vacías, que no nacieron por nada más que por un sentido estético de la apreciación del otro. Me da vergüenza ajena que los maridos-novios-loquesea de estas mujeres salieran por televisión entusiasmados por todo el proceso. Uno de ellos dijo que con la cara de su novia previa a la intervención, no podía sacarla a cenar; sin embargo esperaba que después de los retoques del cirujano ya podría hacerlo.
En ese momento apagué el televisor. No daba crédito a lo que acababa de ver. Una cosa es estar expuesto a programas televisivos de bajo nivel intelectual, y otra muy distinta ver a gente aplaudiendo a energúmenos de tal calibre, que no merecen más respeto que el que ellos muestran para con los suyos.
No estaba seguro de si ese programa iba a aparecer en televisión más veces, o si simplemente era cosa de un día. Como era de esperar, la cosa va para largo. Recientemente cacé un anuncio del propio programa en Antena 3. ¿El eslógan? Sé diferente. Es el colmo de todos los colmos: la diferencia no está en las particularidades de cada uno, aquellas que nos hacen más guapos o menos guapos según el cánon de belleza establecido. Ser diferente es ser uno más.
Estaba a punto de escribir que este programa de televisión me pone enfermo, pero me doy cuenta que en realidad lo que me pone enfermo es esta mentalidad hipócrita, falsa, de falta de respeto y aprecio a las personas, de mercantilización del cuerpo humano, de renuncia a la aceptación de aquellas cualidades no visibles de los seres humanos, de decadencia de valores.
Particularmente me alegro de no ser audiencia de ese programa de televisión. Me alegro de tener un concepto propio de belleza, que no tiene por qué coincidir con el que dicta la televisión. Suele decirse que esta es la justificación que hacen los feos de su propia fealdad. Quizá lo sea. Yo mismo me reconozco alejado de esa ambicionada linea que separa los que merecen estar en esta sociedad de los que no, los que deben tener la capacidad de decidir y los que deben limitarse a aspirar a ser diferentes de ellos mismos, iguales a los demás.
A pesar de todo sigo conservando una brizna de confianza en la sociedad. De entre seis mil millones de individuos que habitamos esta triste roca a la que llamamos Tierra, alguno debe haber con capacidad de razonar de forma independiente. Telespectador de otra cadena, imagino.
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