Efectos de la primavera

Como atento no más a mi quimera
no reparaba en torno mío, un día
me sorprendió la fértil primavera
que en todo el ancho campo sonreía.

Brotaban verdes hojas
de las hinchadas yemas del ramaje,
y flores amarillas, blancas, rojas,
alegraban la mancha del paisaje.

Y era una lluvia de saetas de oro,
el sol sobre las frondas juveniles;
del amplio río en el caudal sonoro
se miraban los álamos gentiles.

Tras de tanto camino es la primera
vez que miro brotar la primavera,
dije, y después, declamatoriamente:

¿Cuán tarde ya para la dicha mía?
Y luego, al caminar, como quien siente
alas de otra ilusión: y todavía
¡yo alcanzaré mi juventud un día!

Antonio Machado, Acaso...

Aunque informático, no puedo ocultar mi pasión por la literatura y especialmente por la poesía. Encontrar belleza en la forma más allá del fondo es algo que me parece sorprendente, admirable, digno de deleite.

Nos encontramos en plena primavera en el hemisferio norte. A mitad de mayo quizá sea el momento en el que la estación se muestra más pura, más genuina, más alejada del invierno que nos parece que queda muy, muy atrás, y todavía caprichosa y recelosa del verano.

Dice el refran que la primavera la sangre altera; creo que los refranes condensan muchos años de sabiduría popular (un profesor mío los llamaba heurísticas). Sí, definitivamente creo que la primavera la sangre altera, que nuestro metabolismo (y probablemente el de la mayoría de bichos vivientes) cambia, que nuestras hormonas pierden el control y se dedican a lo que tienen que dedicarse.

Además, en un estudio completamente no-científico afirmo que la mayoría de personas de mi entorno cumplen años en marzo (por aplastante mayoría, además). Es decir, que la mayoría de ellos fueron concebidos en junio, en la fase final de esta estación.

Hay quien odia los efectos de la primavera. A mí, sin embargo, y homenajeando a J. V. Foix, me parecen un dulce veneno.



Foto por Jofre Ferrer